—Dylan, eso no pasará nunca. Escúchame: cuando los malos lastiman, no puedes quedarte callado. Debes ser valiente y contarlo. Bajo nuestra protección, papá y mamá siempre te defenderán. ¿Entiendes?
El niño primero asintió, luego negó, confundido. Rubí suspiró con ternura y le acarició la cabeza.
—Sé que aún eres pequeño y que no comprendes todo, pero prométeme algo: pase lo que pase, si alguien intenta hacerte daño, se lo dirás a papá o a mamá. Nosotros siempre estaremos para protegerte, ¿sí?
—Está bien —asintió Dylan con seriedad—. Pero, mami... estoy seguro de que no me caí solo. Sentí claramente que alguien me empujó.
Sus ojos se humedecieron mientras añadía, con voz temblorosa:
—Yo solo quería salir a buscarte. Cuando regresaste, no te ignoré porque quisiera, sino porque tenía miedo... miedo de que esos malos también te hicieran daño.
Rubí se quedó sin palabras. El corazón se le encogió al comprender. Todo ese tiempo, Dylan no había estado resentido con ella, sino atemorizado por