ISABELLA RODRÍGUEZ
Entramos al camerino improvisado y Gabriel me depositó con gentileza en el sofá. Nunca lo había visto tan preocupado, sus ojos recorrían mi rostro intentando encontrar una explicación a lo que me pasaba. —¿Qué le ocurre? ¿Qué tiene? —preguntó angustiado.
—Ya lleva tiempo con anemia, está siendo difícil de controlar por el trasplante de médula al que se sometió. Si a eso le agregamos el estrés… —dijo María viendo fijamente con desaprobación a Gabriel—. Por favor, necesito privacidad con la paciente.
Renuente a dejarme sola, Gabriel soltó mi mano y salió de la habitación. Apenas escuché la puerta cerrándose, me senté en el sofá y escondí mi rostro entre mis manos. —Gracias. —Mi voz salió apagada.
—Sigue enfocada en tu carrera de cantante, como actriz, no eres muy buena —agregó María sentándose a mi lado.
—No fue actuación, no sabía cómo salir del baño y terminé tiesa… Supongo que fueron los nervios.
—Como esas cabras del documental que vimos…
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