Capítulo 8
Agarré con fuerza la manga de Daniel mientras las lágrimas fluían sin control alguno.

—¿Por qué no te quedaste un poco más, solo un momento? —le pregunté con nostalgia, recordando aquel año en segundo cuando, deprimida por la violencia pasiva de Sebastián, subí desesperada a la azotea del edificio académico.

En ese entonces estaba algo deprimida y veía a Sebastián como mi tabla de salvación, pero solo logró herirme más. El viento de aquella noche de verano era sofocante mientras miraba distraída las luces de neón bajo mis pies.

—No te sientes ahí, es peligroso —escuché una voz suave, y al voltear no pude distinguir bien su rostro.

Me ofreció un caramelo:

—¿Quieres?

Aunque no me gustaban los dulces, lo acepté con agrado. El sabor a fresa era bastante empalagoso Después de dudar un momento, me alejó rápidamente del borde de la azotea.

—Me siento un poco mal, ¿podrías acompañarme a comer? —me pidió.

Como por arte de magia, lo seguí hasta mi restaurante favorito. Parecía conocerme muy bien
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