— Espera… espera, eso es demasiado duro, tus escamas… — miraba la cola que se iba acercando temblorosa como si tuviese vida propia, casi a punto de tocar la piel sensible del interior de su muslo.
— ¿Ahora tienes miedo?, ¿por qué no me dices entonces lo que deseo escuchar?
Azura apoyó los codos a