Ocupamos nuestros lugares en la gran mesa de ocho personas que tenía el comedor de la casa, yo me coloqué entre él y mi padre, mi madre al frente de mí y Elisa enfrente de él.
Mi madre había hecho su famosa cazuela de mariscos, que el sólo olerla podía provocar que se me hiciera agua la boca.
—Bueno, creo que la buena sazón viene de familia. – comentó él, después de su primer bocado.
—¿Cómo así? ¿Ya probó la comida de mi hija? — preguntó mi padre curioso.
—Amm sí papá, en un convivio en el trabajo, hice unas banderillas. Fue algo muy simple, pero mi jefe dice que estaban muy buenas. — contesté con rapidez ocultando la verdad.
—Las mejores… — coincidió y volteó a verme.
Le mandé una mirada de advertencia y observé que una sonrisita ligera se asomaba entre sus labios, el corazón se me agitó al verlo, eso había sido algo divertido para él, sin proponérmelo también me sonreí.
—Me alegra que le guste mi comida, señor Arturo – esa era mi mamá que nos mandaba miradas abiertas de cariño y yo