Afortunadamente Daniel no tenía nada de importancia. Sólo golpes y moratones que desaparecerían con el tiempo. Volvió a quedarse sólo y a oscuras, había corrido las cortinas adrede, la noche en vela le había dejado una terrible jaqueca y prefirió la oscuridad y el silencio. Interiormente sabía que no lograría apartar ese dolor de su cabeza, por muchos analgésicos que tomara y mucho menos de su corazón. Oyó como se abría la puerta de la habitación contigua, prestó atención y escuchó la voz infantil de su hijo y la de Débora, observó a través de la puerta encenderse la luz. Adivinó que acostaba al niño para la siesta. Al cabo de un ratito ella salió, dirigiéndose por el pasillo a su propia habitación. Esperó un tiempo y se encaminó hacía allí. Entró en el cuarto por la puerta interior y la encontró acostada encima de la cama, a su lado la muñeca que le había comprado en Las Vegas. Cuan lejano le parecían esos días, no había tenido un momento de paz desde ese maldito día de septie