Manizales - Colombia.
Meses después.
Samantha caminaba por el parque en el cual solía jugar con sus padres y hermano cuando era niña. Empujaba con paciencia el coche en el que reposaba su bebé, mientras Óscar jugaba en los columpios con Norita. La mirada de la joven se iluminó y esbozó una amplia sonrisa al mirar a aquel apuesto joven que la esperaba sentado en una banca.
—¿Esperaste mucho tiempo? —cuestionó observándolo con ternura.
El joven se puso de pie y la miró a los ojos.
—Siempre haces lo mismo, eres la reina de la impuntualidad —bromeó, y se acercó para abrazarla.
Sam abrió sus brazos y estrechó con fuerza a su hermano, permanecieron unidos por varios minutos.
—Me alegra saber que te encuentras mejor, y que estás superando aquel vicio —expresó Sam con la voz entrecortada.
Samuel inhaló profundo.
—Y a mí me da gusto verte con vida —expuso con sinceridad—, durante un buen tiempo pensé que mi papá solo veía por tus ojos —empezó a decir mientras invitaba a su he