Abi no podía creer lo que veían sus ojos: Francesco era en realidad Lucca Chiaraviglio. La había engañado de la forma más cruel. Todo este tiempo él había sabido que ella era Abigail Moreno y no dijo nada. Su corazón estaba destrozado en mil pedazos; todo lo que sentía por él se había derrumbado, al igual que su vida.

—Hola, Abigail —saludó fríamente. No había rastro de Francesco Capelli por ningún lado.

—No puedo creer que tengas la cara para dirigirme la palabra. Nunca pensé que fueras capaz de hacer lo que hiciste —respondió, destrozada, con lágrimas en los ojos.

—Hija, ¿ustedes se conocen? —preguntó Pedro sorprendido.

—Sí, Pedro, Abi y yo nos conocimos en Italia —respondió Lucca—. Solo que le mentí, le dije que era otra persona. Si le decía que era Lucca Chiaraviglio, no habría aceptado mi ayuda.

—Y dejaste que me enamorara de ti. Jugaste con mis sentimientos —le reclamó Abi, desconsolada.

—Entiende que no podía decirte quién era. Estabas desprotegida, te habían robado, no po