¿Quién sostiene la cadena?

Aleck había intentado dormir durante la noche en el frio y duro suelo de la celda, estaba hecha de maderera negra cubierta con barro que al secarse se había transformado con los años en un duro cemento irregular que le producía dolor en la espalda. Deseó ser como los vampiros de los libros, que no tenían necesidad de dormir, pero él tenía que hacerlo.

Si luchaba un rato con los barrotes estaba seguro que podría llegar a doblarlos lo suficiente como para poder pasar entre ellos, pero, aunque no había guardias imaginó que no era la única forma que tenía esa gente extraña para vigilar a un prisionero.

Pensó en la palabra, «prisionero» se sentía tan estúpido, de verdad que deseó haber dado la vuelta y haber corrido detrás de Sebastián por la ladera de esa pequeña colina, pero pensó que esa era la única salida que tenían para poder librarse de Jábico. Tal vez lo era, la muchacha de las alas de libélula, Klemiska, le había dicho que el cuervo lo hubiera matado si no le hubiera agradado, así que pensó que aún había esperanza, y a esa esperanza se aferró cuando no pudo dormir, cuando una hormiga de aspecto alienígena le mordió el codo y cuando, en la mañana, un guardia le trajo un plato hecho con madera rojiza lleno de un líquido verdoso que tenía algo que él creyó eran huevos de sapo.

Ya con la luz del día pensó que las cosas lucirían menos aterradoras, pero todo lo contrario, en el suelo de la celda habían rastros de sangre seca y se preguntó quién habría muerto allí.

Afuera, había un corredor ancho con celdas a ambos lados, y por lo que pudo ver, el pasillo se extendía decenas de metros «por qué tantas celdas» se preguntó, no sabía cual era el tamaño de la aldea, pero estaba seguro que esa cantidad de celdas no la tenía ni una cárcel en la ciudad.

Frente a él había un hombre del bosque, con el cabello largo y los cuernos rotos, y por mas que intentó comunicarse con él le resultó completamente inútil, tal vez ni hablaban el mismo idioma, él únicamente clavó sus oscuros iris sobre Aleck y no perdió ninguno de sus movimientos mientras gruesos harapos le cubrían el cuerpo y parte de la cara.

La luz del sol entraba por grandes tragaluces en el techo, pero era insuficiente para calentarle el cuerpo, así que se metió en la esquina más alejada del charco ennegrecido de sangre y se abrazó así mismo hasta que alguien entró por la puerta principal y se paró frente a su celda. Cuando Aleck levantó la mirada se encontró a Klemiska que lo miraba con una sonrisa en los labios.

— ¿El cuervo ya quiere hablar conmigo? —  preguntó esperanzado y ella negó lentamente con la cabeza.

— Las órdenes de mi padre fueron explícitas de dejarte aquí — le dijo. Aleck se puso de pie y caminó hasta los barrotes.

— ¿Por cuánto tiempo? — la muchacha fingió pensarlo.

— Creo que dijo: hasta que su linda cara se pudra, pondré su calavera decorando el salón de los enemigos — Aleck recostó la cara sobre el frio metal.

— No me dejarán morir aquí, ¿verdad? — ella asintió.

— Mira, Aleck, estas no son celdas, son habitaciones de reflexión donde enviamos a la gente a morir de hambre y sed — la garganta de Aleck se secó de golpe.

— Pero me trajeron comida esta mañana.

— Bajo mi orden, y será lo último que comas en tu vida, a menos que…

— No me acostaré contigo — le cortó el vampiro y ella se rio. La dulce voz hizo eco por todo el lugar.

— Mi padre es el de esas perversiones — le comentó la muchacha y recostó la espalda en los barrotes mientras se tocaba el cabello — mi tío, su hermano menor es más fuerte que él, y a papá le enfureció que el trono se lo dieran a mi tío y no a él por ser el mayor — a Aleck no le importaba nada de aquello, pero escuchó atentamente — así que un día voló hasta acá, mató al rey de esta aldea y se coronó él mismo, luego se cogió a tantas mujeres que ni siquiera es capaz de recordar el nombre de mi madre, nuca he salido de aquí, nunca más allá del bosque y rodeada de sus lamebotas. Yo te ayudaré a salir de aquí si me ayudas.

— ¿Quieres que te ayude a huir? — le preguntó el muchacho y ella se rio, esa conversación comenzaba a molestarle.

— No — le dijo ella — sé cómo huir desde hace años, pero la gente de esta aldea es mi gente, y no los abandonaré.

— ¿Entonces qué quieres de mí? — ella le contó como si fuera la cosa más normal del mundo.

— Quiero que mates a mi padre el rey cuervo en mi nombre para que yo pueda heredar el trono — Aleck se quedó sin respiración por un momento y miró a la chica que estaba a su lado, se veía tan dulce y frágil que jamás imaginó algo como eso.

— ¿Por qué no lo matas tú misma? — le preguntó y ella lo miró.

— Por que mis poderes no son suficientes.

— Si él es tan malo, convoca a gente de la aldea y hagan un golpe de estado — ella asintió.

— Es una buena idea, de no ser por que la gente, por sus ridículas creencias, se ve obligada a seguir al líder. Sea quien sea. Aquí hay decenas de los mejores guerreros de mi especie, pero no levantarán nunca un arma contra sus reyes.

— ¿Crees que mis poderes son suficientes? — le preguntó él — ni siquiera soy un puro, jamás podría.

— Sabía que dirías eso, por eso tengo un aliciente para ti — del bolsillo del pantalón que parecía estar hecho de hojas sacó algo que le tendió a Aleck, parecía un mechón de cabello — papá lo encontró en el bosque, está en un lugar especial para su especie — Él estiró la mano y cuando lo tomó creyó reconocerlo, así que lo olió y en efecto, era de él.

Dio un paso al lado y con habilidad sacó las manos de los barrotes y agarró el cuello de la muchacha apretándolo con todas sus fuerzas.

— Si le hacen algo a Sebastián te juro que los mataré a todos — le dijo y su voz resonó por toda la caverna. Klem levantó la mano y de ella salió un orbe de luz azul que se estrelló contra el cuerpo de Aleck y lo lanzó con fuerza contra la pared opuesta a la de los barrotes.

El golpe le arrancó el aliento cayó al suelo como un gato, sostenido a un centímetros del suelo con sus cuatro extremidades, con los sentidos al máximo.

Sintió como decenas de corazones de las personas que estaban en las demás celdas latieron asustados por la algarabía. El hombre que estaba frente a su celda lanzó una carcajada que le erizó la piel.

— Buen intento — le dijo ella acariciándose el cuello — pero solo tienes una alternativa, me ayudas o mueres y tu novio también — Aleck se puso de pie, estaba harto de que todos lo manipularan, de que cada vez que pedía ayuda a las especies del submundo le escupieran en la cara sin ver que la guerra era de ellos también. Se hartó de todo eso, así que caminó de forma calmada hacia los barrotes, aunque su corazón latía con fuerza, y se detuvo a medio metro.

— ¿Quieres que mate a tu papí? — le dijo, los ojos de la muchacha brillaron — pues lo haré, pero a cambio de tu ejercito — ella se rio.

— ¿No entiendes la situación? A cambio perdonaré tu vida y la del lobo que no tiene lobo — Aleck negó lentamente.

— No, tú no entiendes la situación — sonrió, la ira había dado paso a una tremenda satisfacción cuando entendió que él tenía sujeta la cadena, aunque estuviera en la celda — mi amigo sabe donde estoy, el lobo raza superior, el más fuerte en mil años — la sonrisa de Klemiska se desdibujó en su cara lentamente — él vendrá por nosotros, y no dejará de este lugar piedra sobre piedra. Este es mi trato, niña tonta. Yo mato a tu padre para que tomes el control del ejercito de esta aldea y a cambio le diré a Kerr que te perdone la vida a ti y a toda tu gente, y cuando acabemos la guerra podrás regresar a tu palacio y reinar como te de la gana.

— Tú amigo nunca podrá llegar aquí, hay salvaguardas y los guardias están capacitados… — comenzó a decir ella, hablaba con miedo y desesperación y Aleck supo que la tenía en sus manos. Un lobo de raza superior siempre era la ventaja. Le dio la espalda y se sentó en el suelo mirando la pared, como si meditara y los gritos amenazantes de la muchacha fueran el mero aletear de una libélula, hasta que se quedó en silencio.

— Decide, Klemiska — le dijo él — vives o mueres — ella respiró con nerviosismo, y cuando habló, la voz le salió rota y temblorosa.

— Vivo.  

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