Capítulo 3: Oliver.

Oliver, un hombre que estaba apenas entrado a sus treinta años de edad, de cabello color azabache y ojos azules. Era alguien con quién Sam nunca se había esperado hacer amistad.

Se habían conocido hace un poco más de un año, por alguna razón el frecuentaba el hotel en donde Sam trabaja, por lo menos unas dos, o hasta tres veces por semana. Aunque los momentos en dónde ambos coincidían eran fugases, esto no evito que de alguna manera ambos terminaran intercambiando algunos saludos.

Hasta un día en el que se vieron por primera vez fuera de las horas de horas laborales de la mujer.

Aquella mañana el esposo de Sam había salido temprano y se había llevado el auto que los dos compartían, por lo que Sam tuvo que tomar el autobús, pero lamentablemente ese mismo el viaje en el transporte público se vio afectado cuando una de las ruedas del vehículo estalló.

Todos los pasajeros se vieron forzados a bajar del autobús en busca de algún otro transporte, con la excepción de quienes prefirieron quedarse en el interior a esperar a que la llanta fuera remplazada. Solo quienes no tenia prisa tenían esa opción, se podían quedar en sus asientos, resguardados de la fuerte lluvia que estaba cayendo en esos momentos. Los que no podían esperar dentro del vehículo no tardaron en salir corriendo en busca de otro transporte, fuera un taxi, o algún amigo al cual pudieran llamar para que los fuera a buscar.

—Disculpe ¿Me podría regalar una llamada? Quisiera contactar a mi esposo para que venga por mi— le pregunto Samantha a una señora que estaba sentada junto a ella en el autobús.

La mujer de mayor edad la vio de reojo, mientras meditaba en qué hacer ante el pedido de la joven.

—Me encantaría ayudarte, pero o siento. Mi celular se quedó sin batería.

—Entiendo. Gracias de todas formas— Sam miro la hora en su reloj de muñeca, el mismo reloj rosa de princesas que había tenido desde los doce años, y que pese a ya ser ahora una mujer adulta de veintitrés años, este seguía siendo su favorito.

Ya era tarde. Si no encontraba algún transporte pronto, lo más seguro es que estaría llegando al café justo cuando la hora del desayuno estuviera por concluir.

«Las propias del desayuno son las mejores», pensó Sam, ya haciéndose a la idea de que esa semana tendría que buscará la manera de estirar las comida hasta su próximo día de pago.

La señora que estaba junto a ella se levantó de su asiento, un taxi se había detenido adelante del autobús. Debía de ser el mismo que la mujer había pedido antes de que su celular muriera.

«Tal le podría preguntar a donde se dirige. Si pasa cerca del café podría pregúntale si no le molestaría compartir el taxi», con rapidez la joven rubia se levantó de su asiento y siguió a la mujer que en esos instantes estaba ingresado al taxi.

Justo cundo Sam ya se encontraba fuera del autobús, presenció cómo el teléfono de aquella mujer, que se suponía ya no tenía batería, sonó.

—Hola. Si. Hubo un problema con el autobús, pero ya estoy subiendo a un taxi. Nos vemos allá— la señora le hablar al celular a las vez terminaba de entrar al interior de taxi, y este arrancaba.

—Debí imaginarlo— hablo Sam sin importarle que estaba siendo empapada con la lluvia.

Ella sabía bien que no debía de sorprenderse. En sus años de vida, que aunque no era muchos, si había sido los suficientes para que ella aprendiera que no todas las personas son amables con los demás, mucho menos con los extraños.

Ya no veía que valiera la pena regresar al interior del autobús. Por como las cosas se veían, la llanta tomaría minino una hora en ser cambiada, y ella ya no podía estar más tiempo esperando.

Así que, con la esperanza de dar con otro autobús, Sam comenzó a caminar por la acera bajo la lluvia. De todas formas el café en donde ella trabaja no estaba muy lejos, solo debía de caminar por una cinco cuadras más, sino hubiera estado lloviendo ella ya habría desde mucho antes emprendido el camino hasta allá. Pero de todas formas ya se había mojado, así que, no veía que le impedía caminar bajo la lluvia.

De repente, algo extraño paso. Las gotas de lluvia ya no caían sobre ella, pero no era por qué el cielo se hubiera despejado, más bien, fue porque sobre ella ahora había una sombrilla.

—¿Qué estás haciendo? ¿Acaso te quieres enfermar?— la voz grabe que le acaba de hacer esas preguntas le pertenecía al hombre que sostenía la sombrilla.

Ella levanto la vista, reconociéndolo cómo el hombre que solía visitar sin falta el hotel en el que ella trabaja. Aunque sin haberlo visto había logrado identificarlo con su voz, ya que él solía saludarla siempre con gentileza cada vez que le entregaba su auto para que ella lo aparcara.

—Solo estoy de camino a mi trabajo— fue lo primero que ella atino a decir antes de sentir como el hombre de cabellos azabaches le tomaba de la muñeca y la llevaba con él hasta el automóvil que hasta ese instante ella no había notado que estaba estacionado a unos pasos de donde estaba.

En menos de unos segundo ella se encontraba sentada dentro de aquel auto, justo en el asiento del copiloto.

La pueta del conductor se cerró de golpe luego de que el hombre ingresará también al vehículo.

—¿Qué está haciendo? — Samantha estaba confundida, había sido arrastrada al auto de un hombre que no conocía bien, sin saber el porque.

Por precaución, y con la mayor discreción posible, Sam busco en su bolso el frasco de gas pimienta que siempre llevaba consigo. De verdad esperaba que no fuera necesario utilízalo contra aquel hombre.

Pero cuando él se inclino hacia donde ella estaba, Sam no dudo en sacar de su bolso el frasco de gas, siendo detenida por él al sostener su mano he impidiéndole ella utilizar lo único que traía consigo para defenderse.

—Antes de que intentes usar eso conmigo— él se inclino un poco más, pasando el brazo que tenía libre justo por detrás de Sam— te recomiendo que uses esto— él tiro sobre su rostro una toalla, que resultaba estar guardada en el compartimiento trasero del asiento de la Sam.

Samantha sintió el rostro arder de la vergüenza, ella llegó a pensar que él quería sobrepasarse con ella, o algo parecido, cuando la realidad era todo lo contrario.

—Es una toalla que suelo llevar conmigo al gimnasio. No he podido ir esta semana, así que está limpia, por lo que puedes utilizarla en mi lugar para secarte un poco.

—Gracias.

—Oliver.

—Gracias Oliver— el no dejo de mirarla, asiendo la sentir un poco nerviosa, hasta que ella captó que era lo que él estaba esperando— mi nombre es Samantha. Pero casi todos me dicen Sam— con eso el dejo de mirarla para concentrase en concentrase el auto.

—En ese caso me puede llamar Ollie— sugirió él— dijiste que ibas en camino a l trabajo. Pero sin mi memoria no me falla, el hotel está en dirección contraria de hacia dónde caminabas.

—Si, tienes razón. No estaba yendo al hotel, sino, hacia mi otro lugar de trabajo. Soy mesera en un pequeño café que está a unas pocas cuadras de aquí.

—¿Dos trabajos? Eres una mujer más ocupada de lo que imagine. De acuerdo, yo te llevaré hasta allá. Solo dime hacia donde debo ir— con el motor encendido, Oliver puso en marcha su auto.

—No tienes que molestarte. Yo puedo llegar sola, es bastante cerca.

—Si es tan cerca como dices, entonces no será ninguna molestia.

Ante la insistencia de Oliver en llevarla, Sam de dejo llevar por él. Ella casi no hablo en el camino, pero eso no significaba que el trayecto fue incómodo y silencioso. Por el contrario, ella se había visto muy entretenida observado al azabache mientras conducía, el cual había tenido las cornetas a un gran volumen mientras se reproducían un par de canciones discos.

Oliver no parecía el tipo de hombre que disfrutaría escuchar ese estilo de música, pero así era. No solo conducía, a la vez estaba cantando las letras de las canciones con alegría, moviendo al cabeza al ritmo de la música.

Sam estaba más que fascinada al verlo, además que como algo extra, ella era una gran fanática de esas mismas canciones. Por eso mismo, casi se sintió mal al ver que su viaje había concluido.

—Espera. Aún no bajes todavía— le pido Oliver al notar que ella estuvo por abrir la puerta para salir del auto.

—¿Por qué?

—Solo espera ahí, ¿Si? No puedo dejar que salgas así— él salió con la sombrilla en la mano para evitar mojarse con la lluvia que no parecía querer detenerse, y camino hasta la maleta del automóvil.

Sam lo veía por el reflejo del retrovisor, pero no lograba ver que era lo que él estaba haciendo. Luego él cerro de nuevo la maleta, y se acercó a la puerta junto a ella, cubriéndola con la sombrilla y entramándole una bolsa.

—¿Qué es esto?

—Es algo para que te cambies. Si te quedas con esa ropa mojada, es cien por ciento seguro de que te enfermeras.

Ella trato de regresarle la bolsa un par de veces, pero el no le aceptó de vuelta. Por lo que ella termino aceptando el gesto del hombre, usando ese día la ropa deportiva masculina que obviamente le quedaba gigantesca.

Fue a partir de ese día que Sam y Oliver iniciaron su amistad.

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