Luna recogió con delicadeza su largo cabello y ordenó un poco el pañal del bebé. Lo levantó con ternura y lo colocó en el centro de la cama, luego se acostó en el borde. La cama era bastante espaciosa y ella siempre dormía tranquilamente por la noche, sin aplastar al niño.
Andrés se acercó y se sentó junto a la cama. Le preguntó:
—¿Quieres que te prepare unos fideos?
Luna estaba sentada en la cama, sosteniendo un libro en sus manos y mirando fijamente hacia abajo. Abrió la página que aún no había terminado de leer mientras le respondía:
—No tengo hambre, no te preocupes por eso.
Notó la mano levantada del hombre, pero no sabía qué más quería hacer. Se apartó cautelosamente para evitar el contacto directo y, al encontrarse las miradas, Luna apartó la suya rápidamente sin ni siquiera mirarlo más. La mano de Andrés quedó suspendida en el aire, pero ella, nerviosa y desorientada, cerró apresuradamente el libro y lo guardó de inmediato debajo de la cama.
—Ya quiero dormir.
Luna se acostó