—¿Qué sucede? —preguntó Andrés mirándola fijamente. Todo el enojo desapareció al verla así.
—Nada. No pienses demasiado —le respondió Luna con total indiferencia.
En realidad, Andrés podía claramente percibir lo que ella estaba pensando, a pesar de que ella lo guardaba en lo profundo de su corazón. Desde que era pequeña, Luna había sido criada como una princesita muy consentida. Las marcas dejadas por Andrés la noche anterior aún no se habían desvanecido por completo de su piel blanca y hermosa como la nieve. Andrés se acercó, rodeó su delgada cintura con un brazo y la levantó para ponerla con delicadeza sobre la mesa. Acarició su cabello con gran ternura y sostenía su delicado rostro, obligándola a mirarlo a los ojos.
—¿Qué te gustaría comer? Pediré algo del restaurante.
Luna realmente no tenía la fuerza suficiente para liberarse de su control, así que simplemente le respondió:
—Me da igual.
Dicho esto, desvió de inmediato la mirada de su rostro y la posó en las sábanas blancas.
—As