—Media hora más tarde. Te llevaré de regreso a la universidad —dijo el hombre.
—No lo necesito.
Andrés soltó con fuerza su mano y Luna se sorprendió. ¿Cómo pudo soltarla tan fácilmente? ¿Sería él tan amable?
Sin vacilar, Luna apartó con rabia las sábanas y se levantó de la cama directamente. Observó sus piernas, que solían ser muy suaves y lisas, ahora estaban llenas de grandes marcas causadas por el hombre. Apretó con fuerza los dientes y maldijo en silencio:
—¡Bruta bestia!
Apenas puso un pie en el suelo, Luna perdió por completo el equilibrio y cayó débilmente al suelo. El hombre en la cama soltó una risa de placer. La habitación se iluminó al instante y Andrés, con una bata suelta que dejaba al descubierto su bronceado y musculoso pecho, se sentó con tranquilidad en la cama. Encendió un cigarrillo, inhaló y exhaló el humo blanco, mirando perezosamente a Luna mientras le preguntaba:
—¿Necesitas ayuda, Lunita?
Luna lo ignoró por completo. Apoyándose en la cama y soportando el agudo d