Ryle observó con dolor como las palabras llenas de odio abandonaban la boca de su madre, y retorciéndose bajo las cálidas cobijas, tembló. Sus ojos aguándose prontamente.
— Vamos, — empujándola levemente, el hombre de ojos mieles sacó a Angela de la habitación. Histérica, como Leonidas no quería recordarla. Pero la insufrible presencia de ella pasó a segundo plano cuando la puerta se cerró y sus ojos pasaron a observar nuevamente al omega sobre la cama.
No lo pensó, simplemente corrió hacia él y lo abrazo. Un sollozo desesperado salió de la garganta del ojimiel, y apretándose furtivamente al cuerpo de su novio, dejó que sus lágrimas bajasen.
— Dulce — Leonidas ahogó, sentándose en la cama y buscando frenéticamente los labios del omega. Los chocó con un suave movimiento, y acariciando el rostro preocupado de su chico ante él, jadeó de dolor.
Un collarín adornando el fino cuello del omega, su rostro con cortes y una mirada por completo especial.
— Creí que... N— no querían decirme