—¡Tengo objeciones!
—¿Y qué si es un gran maestro de las artes marciales? ¿Acaso eso le da derecho a hacer lo que le plazca?
Con una voz imponente,
un hombre de mediana edad, vestido de militar y de gran estatura, fue el primero en avanzar.
El hombre, con estrellas en sus hombros y un semblante serio, caminaba con la majestuosidad de un dragón y la ferocidad de un tigre, imponiendo respeto y autoridad.
Su mera presencia, cargada de una opresiva aura de poder, hacía que la gente evitara su mirada.
Pero eso no era todo; detrás del hombre de mediana edad, seguía un grupo de soldados de élite, completamente armados.
Estos soldados llevaban máscaras y armaduras negras, con largas espadas colgando de sus cinturones, emitiendo una atmósfera de solemnidad y letalidad.
Lucían distinguidos y poderosos.
A simple vista, cualquiera podría decir que eran una tropa que había sobrevivido innumerables batallas, una verdadera fuerza de lobos y tigres.
—¡Sr. Ismael!
Al ver al hombre de mediana edad, Wilb