—¿Esposa? —Teobaldo la miró detenidamente, y en un instante, abrió los ojos de par en par—. ¿Cómo te has lastimado así?
—Fue él... ¡Todo fue obra de ese hombre!
Sabrina, temblorosa, extendió su mano señalando a Pedro.
—¿Fuiste tú? —Teobaldo giró la vista hacia donde señalaba, y su rostro se ensombreció rápidamente—. ¿Golpeaste a mi esposa?
—Sí, fui yo —Pedro asintió, admitiéndolo tranquilamente—. Esta mujer desvergonzada era tiránica e insoportable, solo le estaba dando una lección.
—¡Qué valiente eres! ¿Te atreves a enseñarle una lección a mi mujer? —Teobaldo, con el rostro serio y una mirada amenazante, dijo—: Dime, ¿cómo piensas resolver esto?
En esta región, todos le deben respeto.
Quien se atreve a golpear a su esposa, o tiene un respaldo muy poderoso o es un completo idiota.
Sin conocer completamente la identidad del otro, dejó un margen de maniobra sin ser demasiado directo.
—Que esta desvergonzada se disculpe con nosotros, y por lo de hoy, no haré más caso —dijo Pedro con indif