Una esposa para el conde. Capitulo 30
—Come, o se enfriará… —señaló el plato, dejando de torturarlo.
Lancaster ingirió solo la mitad del tazón y lo dejó de lado.
—¿Qué harás? —El conde reanudó la conversación.
—Regresaré a Reading, de donde nunca debí haber salido —contestó con sequedad.
—¿Te darás por vencido? ¿No insistirás para que te perdone?
—No es un buen momento, Thomas, lo sabes. ¿Por qué haces preguntas estúpidas? —Arthur estaba dolido y lo estaba pagando con su amigo. Se sacudió el pelo con exasperación—. Lo siento, pero solo quiero largarme y no quiero escucharte decir de nuevo que me lo advertiste.
—No lo iba a decir.
—¿Estaba tan ebrio? —indagó desconcertado—. Mi cabeza está por reventar… —entrecerró los ojos y resopló—. No volveré a beber jamás en la vida.
—Si estás decidido a marcharte, lo más conveniente es que lo hagas en la madrugada para evitar las habladurías, o tu mujer tendrá que enfrentarse sola a los chismes de las cotillas más consumadas de la ciudad —aconsejó con suavidad.
—Mi mujer… —repitió el