Al día siguiente de la boda de Arthur, Thomas decidió no salir para evitar habladurías sobre su notable ausencia en la boda de su mejor amigo. Era casi la hora del té cuando se encontraba en su despacho, con un anillo de diamantes que le había pertenecido a su madre, sopesando la idea de pedir en matrimonio a la hija de Craven, como si ya no tuviera nada que perder y se hubiera resignado a que fuese de ese modo. Incluso, se lo había mencionado a su tía Agatha que estaba encantada con la idea.

En el preciso instante en que se disponía a devolver a su sitio la joya, el mayordomo le notificó sobre la visita de su excelencia, el duque de Lancaster, y presintió lo peor.

—¿Dónde está? —increpó el conde, no viendo a Arthur detrás de Harper.

—En el vestíbulo, milord. Su cochero y otro lacayo están intentando controlarlo… —musitó consternado. Essex frunció más el ceño con inquisición—. Su excelencia está ebrio… completamente ebrio —reveló el hombre mayor, negando con la cabeza.

—¡Demonios! —br