CAPITULO 36

Al parecer, no pensaba regresar hasta ella, porque recostó sus caderas a la columna de madera del dosel de la cama; se cruzó de brazos por unos segundos y luego extendió su mano al aire, llamándola con el dedo índice.

—Acércate, Claire —exigió sin preámbulos.

El cuerpo de ella cobró vida sin que los impulsos de su cerebro le ordenaran moverse, con el profundo anhelo de cumplir su sueño más preciado. Él también emprendió camino, acortando la distancia que los separaba. Estando uno frente al otro, se detuvieron y se contemplaron a los ojos por un intenso momento en el que ella le entregó la llave de su más profunda intimidad, de los más inhóspitos secretos guardados en el fondo de su alma. Las grandes manos de Lancaster la hicieron voltear para desprender su vestido, que se deslizó por sus hombros y cayó en el suelo. La volvió a rodear, y su mirada celeste no pudo evitar escrutar aquellos ojos magnánimos que parecían esconder muchas incógnitas. Sin embargo, entre aquella mezcla de dorad
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