Capítulo 22

Su mano pasa una y otra vez por mí antebrazo, todavía despierta, me remuevo en la cama para darle la espalda y así no se dé cuenta de mi desazón por los estúpidos pensamientos que me embargan. Pero se da cuenta, si es que el ruso de tonto no tiene un pelo.

—¿Qué pasa, lyubov'[1]? ¿En qué piensas? —pregunta mientras me rodea la cintura y se acopla a mi espalda, haciendo cucharita.

—Nada, no pienso nada —contesto enfurruñada con mis pensamientos.

Su risa ronca retumba en mi espalda, lo que provoca mi risa.

—Sabes que vivo con Irina, casi las veinticuatro horas del día, y que he aprendido por las malas que, si una mujer responde que, «no pasa nada», quiere decir que el fin del mundo está cerca. Vamos, dime, ¿qué piensas? Quiero que me hables de cualquier cosa, no te cohí

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