Thomas, como si no la hubiera escuchado, solo continuó con su relato, ido, como si se hubiera trasladado a ese momento tan trágico de su vida.—Ese día habían requerido urgentemente de mi presencia en Kingston, una de mis propiedades, por lo que partí de inmediato desde Londres —tomó aire para seguir—. Jamás pensé que en mi ausencia se desataría una desgracia de proporciones semejantes —emitió un hondo suspiro y frunció sus atormentados ojos celestes—. Dos días después, recibí una misiva de Arthur, en la que me comunicaba crudamente que Susan… había muerto —entrecerró los ojos y resopló.Anabelle jadeó de horror ante la revelación de lo ocurrido. Si bien, dedujo que el amor del conde no tuvo un final feliz, nunca se le pasó por la mente que la mujer en cuestión tuviera semejante desenlace.—¡Oh! —fue lo único que pudo emitir—. Yo…—Ella murió, mientras huía con otro caballero —prosiguió Thomas, interrumpiendo a la joven—. Al parecer, se dirigían a Gretna Green para casarse en secreto,
Anabelle apretó los labios cuando lo escuchó acusarla de aquel modo y Thomas se sintió fatal por sus desafortunadas palabras. Estaba pagando con ella su dolor y no era justo, cuando la dama solo había intentado consolarlo.—Anabelle, yo no quise decir eso… —Se apresuró en disculparse.—En realidad, es lo que siempre ha pensado de mí, ¿cierto? Que soy una muchacha rica y caprichosa que lo ha tenido todo en la vida… —dedujo y sonrió con sarcasmo—. Pues tendré que decepcionarlo, porque he vivido en carne propia el dolor de no ser amada por un ser querido: mi madre. Ella nunca me quiso, sin embargo, a pesar de todo, yo siempre traté de verle lo bueno a todas las cosas, no como usted, que se quedó estancado en el pasado por su tonto orgullo de hombre que no le deja aceptar que una mujer no lo quiso.Thomas presionó con fuerza sus manos en puño y tragó con esfuerzo para controlar el impulso de refutar las palabras de la joven. Después de todo, no tenía ningún sentido discutir con ella sobr
Anabelle no tardó en rendirse a aquella pasión abrasadora y olvidó por completo todo. Solo regresó en sí cuando el conde arrancó sus labios de los suyos y la sostuvo entre sus brazos, con su rostro apoyado de lado a su fuerte pecho, aspirando el exquisito aroma varonil que desprendía el caballero.Estaba perdida; absoluta y rotundamente enamorada del hombre que apenas le acababa de confesar que la deseaba con locura, pero que en su corazón no tenía sitio para ella porque lo ocupaba una muerta. Sin embargo, no le importaba y estaba dispuesta a esperar a que él sanara sus heridas y volviera a creer en el amor… en su amor.—Señorita Madison… —susurró Thomas, volviendo a recuperar el juicio que perdió cuando la besó con vehemencia.—Dígame Anabelle —musitó extasiada, presa de una sensación de plenitud que desconocía hasta ese momento—. Ya no tiene excusas para intentar mantener la distancia recurriendo a la formalidad, conde —levantó el rostro y sus miradas se cruzaron.Thomas intentó son
El conde quiso reír por lo rematadamente mal que le salieron las cosas. Él había querido disuadir a una muchacha mucho más joven que él, para que desistiera de su idea de perseguirlo, y en cambio se vio atrapado y sumergido en las profundidades del deseo… un deseo inhóspito que despertaba en él la preciosa pelirroja que parecía poco y nada afectada por la situación que estaban discutiendo hace segundos.—Señorita Madison… —murmuró con las manos cerradas en puño, reuniendo valor para enfrentarla y cortar todo lazo con ella. Después de todo, él no le convenía en absoluto y le estaba haciendo un favor—. Anabelle, olvídeme, es lo más justo y conveniente para usted. Le deseo una vida llena de satisfacciones, que encuentre a un hombre decente y respetable, capaz de darle todo lo que yo no puedo. Alejarme es lo más sensato que puedo hacer por usted. Si me disculpa, tengo que reunirme con el señor Spencer. —Thomas realizó una rápida venia y se alejó despavorido, huyendo hacia el cobijo del es
Anabelle estaba pasmada. Lo había seguido hasta el estudio y se mantuvo de pie tras la puerta, escuchando toda la conversación. Cuando se cruzó con el letrado, simuló una sonrisa y permaneció de pie en el umbral de la entrada, observando al hombre que veía a la nada con una copa de balón en la mano. Estaba tan ensimismado en sus pensamientos, que tuvo tiempo de escrutarlo con absoluta libertad.Su pelo rubio fulguraba a la luz del candelabro dispuesto en su escritorio, y un mechón rebelde le caía de forma seductora sobre la frente. Su tez clara contrastaba con el impecable chaleco gris de cierre cruzado que llevaba puesto sobre la inmaculada camisa de muselina blanca, y sus increíbles ojos de un color azul mucho más pálidos que los suyos, parecían consternados mientras apretaba sus labios perfectamente cincelados. Sin dudas, no había hombre más perfecto para ella y no estaba dispuesta a aceptar su negativa tan fácilmente. Sin embargo, lo que le había oído decir le cambiaba por complet
Los labios de Thomas comenzaron a temblar cuando Anabelle Madison le restregó en la cara que había sido un completo tonto y seguía siendo un estúpido iluso al aferrarse a un amor no correspondido. Su corazón roto, se resquebrajó un poquito más en cuanto la dama pelirroja metió el dedo en aquella herida que no se terminaba de cerrar.Tragó saliva y su respiración se aceleró, en tanto buscaba en el fondo de su ser la fuerza de voluntad para no gritarle en la cara que ella no comprendía su dolor, pero mucho menos su amor porque él había escogido amar a Susan para siempre. La había querido y se había aferrado tanto a ella como un pequeño niño al pecho de su madre, como el suave murmullo del viento entre las hojas en otoño, como el sol que quemaba la arena en el verano y las escarchas de hielo que caían persistentes en la mañana más fría de invierno. Su amor había sido como la primavera: colorida, alegre y llena de esperanzas, y que de repente todo se hubiera acabado, le había cortado el a
ReadingHaven House, 1816Un caballo a todo galope se acercó repentinamente a la casa de campo del duque de Lancaster; sitio que, después de una intensa jornada de caza, se encontraba en súbito silencio.Arthur Wellesley, duque de Lancaster, ordenó que llenaran la bañera con agua tibia para poder relajar sus músculos, mientras sopesaba la posibilidad de aceptar la oferta matrimonial que le había hecho esa misma tarde su mejor amigo: Thomas Cromwell, conde de Essex.Su pequeña Susan, como llamaba con cariño a su hermana menor, se encontraba incursionando su segunda temporada y había rechazado innumerables ofertas de matrimonio por su ferviente convicción de casarse por amor. Aunque, era improbable que no consiguiera un buen partido, tanto por su cuantiosa dote como por su innegable belleza, consideraba que lord Essex era el candidato más adecuado y no quería dejar pasar más tiempo para tomar una decisión sobre el asunto.Mientras se despojaba de sus prendas y se metía al agua, suspiró
Haven House, 1817Después de corroborar que todo estuviera en orden antes de partir hacia Londres, Arthur se dirigió al mausoleo familiar que se erigía dentro de su propiedad. Por un tenso momento contempló el nombre de su hermana tallado en una placa de bronce y recordó uno de los días más tristes de su vida. Presionó con fuerza el ramo de rosas blancas que llevaba consigo y las colocó en el lugar de las flores que ya se habían secado. Suspiró hondo cuando sintió un nudo en la garganta.Habían pasado doce meses desde su trágica muerte, pero él aún evocaba su frágil cuerpo inerte entre sus brazos mientras regresaba destrozado a los señoríos del ducado para sepultarla junto a su padre.Rememoró de mala gana que derramó la misma cantidad de lágrimas el día en que su madre se fugó a América con otro hombre, abandonándolo a él y a una bebé recién nacida. En ese entonces apenas era un crío de once años que no podía hacer nada al respecto. Sin embargo, en la actualidad era el duque de Lanca