Anabelle no tardó en rendirse a aquella pasión abrasadora y olvidó por completo todo. Solo regresó en sí cuando el conde arrancó sus labios de los suyos y la sostuvo entre sus brazos, con su rostro apoyado de lado a su fuerte pecho, aspirando el exquisito aroma varonil que desprendía el caballero.Estaba perdida; absoluta y rotundamente enamorada del hombre que apenas le acababa de confesar que la deseaba con locura, pero que en su corazón no tenía sitio para ella porque lo ocupaba una muerta. Sin embargo, no le importaba y estaba dispuesta a esperar a que él sanara sus heridas y volviera a creer en el amor… en su amor.—Señorita Madison… —susurró Thomas, volviendo a recuperar el juicio que perdió cuando la besó con vehemencia.—Dígame Anabelle —musitó extasiada, presa de una sensación de plenitud que desconocía hasta ese momento—. Ya no tiene excusas para intentar mantener la distancia recurriendo a la formalidad, conde —levantó el rostro y sus miradas se cruzaron.Thomas intentó son
El conde quiso reír por lo rematadamente mal que le salieron las cosas. Él había querido disuadir a una muchacha mucho más joven que él, para que desistiera de su idea de perseguirlo, y en cambio se vio atrapado y sumergido en las profundidades del deseo… un deseo inhóspito que despertaba en él la preciosa pelirroja que parecía poco y nada afectada por la situación que estaban discutiendo hace segundos.—Señorita Madison… —murmuró con las manos cerradas en puño, reuniendo valor para enfrentarla y cortar todo lazo con ella. Después de todo, él no le convenía en absoluto y le estaba haciendo un favor—. Anabelle, olvídeme, es lo más justo y conveniente para usted. Le deseo una vida llena de satisfacciones, que encuentre a un hombre decente y respetable, capaz de darle todo lo que yo no puedo. Alejarme es lo más sensato que puedo hacer por usted. Si me disculpa, tengo que reunirme con el señor Spencer. —Thomas realizó una rápida venia y se alejó despavorido, huyendo hacia el cobijo del es
Anabelle estaba pasmada. Lo había seguido hasta el estudio y se mantuvo de pie tras la puerta, escuchando toda la conversación. Cuando se cruzó con el letrado, simuló una sonrisa y permaneció de pie en el umbral de la entrada, observando al hombre que veía a la nada con una copa de balón en la mano. Estaba tan ensimismado en sus pensamientos, que tuvo tiempo de escrutarlo con absoluta libertad.Su pelo rubio fulguraba a la luz del candelabro dispuesto en su escritorio, y un mechón rebelde le caía de forma seductora sobre la frente. Su tez clara contrastaba con el impecable chaleco gris de cierre cruzado que llevaba puesto sobre la inmaculada camisa de muselina blanca, y sus increíbles ojos de un color azul mucho más pálidos que los suyos, parecían consternados mientras apretaba sus labios perfectamente cincelados. Sin dudas, no había hombre más perfecto para ella y no estaba dispuesta a aceptar su negativa tan fácilmente. Sin embargo, lo que le había oído decir le cambiaba por complet
Los labios de Thomas comenzaron a temblar cuando Anabelle Madison le restregó en la cara que había sido un completo tonto y seguía siendo un estúpido iluso al aferrarse a un amor no correspondido. Su corazón roto, se resquebrajó un poquito más en cuanto la dama pelirroja metió el dedo en aquella herida que no se terminaba de cerrar.Tragó saliva y su respiración se aceleró, en tanto buscaba en el fondo de su ser la fuerza de voluntad para no gritarle en la cara que ella no comprendía su dolor, pero mucho menos su amor porque él había escogido amar a Susan para siempre. La había querido y se había aferrado tanto a ella como un pequeño niño al pecho de su madre, como el suave murmullo del viento entre las hojas en otoño, como el sol que quemaba la arena en el verano y las escarchas de hielo que caían persistentes en la mañana más fría de invierno. Su amor había sido como la primavera: colorida, alegre y llena de esperanzas, y que de repente todo se hubiera acabado, le había cortado el a
ReadingHaven House, 1816Un caballo a todo galope se acercó repentinamente a la casa de campo del duque de Lancaster; sitio que, después de una intensa jornada de caza, se encontraba en súbito silencio.Arthur Wellesley, duque de Lancaster, ordenó que llenaran la bañera con agua tibia para poder relajar sus músculos, mientras sopesaba la posibilidad de aceptar la oferta matrimonial que le había hecho esa misma tarde su mejor amigo: Thomas Cromwell, conde de Essex.Su pequeña Susan, como llamaba con cariño a su hermana menor, se encontraba incursionando su segunda temporada y había rechazado innumerables ofertas de matrimonio por su ferviente convicción de casarse por amor. Aunque, era improbable que no consiguiera un buen partido, tanto por su cuantiosa dote como por su innegable belleza, consideraba que lord Essex era el candidato más adecuado y no quería dejar pasar más tiempo para tomar una decisión sobre el asunto.Mientras se despojaba de sus prendas y se metía al agua, suspiró
Haven House, 1817Después de corroborar que todo estuviera en orden antes de partir hacia Londres, Arthur se dirigió al mausoleo familiar que se erigía dentro de su propiedad. Por un tenso momento contempló el nombre de su hermana tallado en una placa de bronce y recordó uno de los días más tristes de su vida. Presionó con fuerza el ramo de rosas blancas que llevaba consigo y las colocó en el lugar de las flores que ya se habían secado. Suspiró hondo cuando sintió un nudo en la garganta.Habían pasado doce meses desde su trágica muerte, pero él aún evocaba su frágil cuerpo inerte entre sus brazos mientras regresaba destrozado a los señoríos del ducado para sepultarla junto a su padre.Rememoró de mala gana que derramó la misma cantidad de lágrimas el día en que su madre se fugó a América con otro hombre, abandonándolo a él y a una bebé recién nacida. En ese entonces apenas era un crío de once años que no podía hacer nada al respecto. Sin embargo, en la actualidad era el duque de Lanca
LondresEn Devon House, lady Claire Bradbury despertó con su habitual buen humor y tocó la campana para que su doncella acudiera a ayudarla a arreglarse. Se sentó ante el tocador, dejando que Amalia le cepillara la lustrosa melena castaña, mientras miraba fijamente sus ojos azules pálidos, reflejados en la superficie pulida del espejo. El elegante recogido liberaba algunos mechones que enmarcaban su delicioso rostro de belleza clásica, cuyo fuerte eran los labios carnosos y sonrosados. Había aceptado un paseo a caballo por Hyde Park con lord Essex, por lo que la doncella escogió un traje de montar color azul clásico que le sentaba de maravilla a su piel alabastro y realzaba su esbelta figura.De todas las invitaciones que recibió para ese día, prefirió la del conde de Essex más que nada por curiosidad. Él no había demostrado interés hacia ella en el baile de los duques de Derby, y, desde la repentina muerte de la dama a quien pretendió la temporada pasada, no había sido visto en event
Con su cara apoyada al torso tibio que percibía por encima de la tela de la camisa, aspiró hondo el aroma varonil que destilaba el hombre.—¿Se encuentra bien, milady? —inquirió el caballero con una voz gruesa, pero apacible al oído de Claire. El caballo se había detenido, pero ella seguía aferrada a quién le acababa de hablar—. Ya se encuentra a salvo, no hay nada que temer —acotó de nuevo, con su aliento cálido rozando la piel de la nuca de Claire.Ella se estremeció y sintió una fuerte opresión en el pecho. Despacio, comenzó a respirar con normalidad y abrió los párpados. Al elevar la vista se encontró con unos profundos ojos pardos que la calaban con intensidad. Conmocionada por aquella impresionante mirada, fijó la suya en el rostro del hombre.Un repentino calor invadió las mejillas de Claire cuando recorrió sin pudor cada tramo de la atractiva cara del caballero. Se quedó inmersa en los inusuales ojos felinos que parpadeaban bajo unas largas pestañas negras. Su llamativo rostro