Joaquín bajó del jeep y de inmediato adquirió un ramo de orquídeas lilas, que eran las favoritas de su madre. Suspiró profundo y caminó a través de los pasillos del campo santo hasta el mausoleo de su familia.
Las hojas secas crujían ante sus pisadas, al llegar a la tumba, se quitó los lentes para el sol, acarició con nostalgia la puerta del mausoleo, ahora ya no percibía sentimientos de culpa, y aunque había aprendido a resignarse a la ausencia de Luisa, el dolor de su partida siempre se avivaba al visitarla.
Introdujo la llave y abrió la cerradura entonces ingresó y leyó el nombre de su madre, y de su abuelo.
Sacó del florero las flores marchitas que su padre cada domingo dejaba ante la lápida de Luisa Fernanda, y enseguida colocó las de él.
—Soy un ho