70 - Una hacienda renovada.

El amanecer filtraba por la mañana. Ambos nos encontramos desnudos en la cama, cubiertos por una fina sábana de seda. Aún no le he consultado nada sobre su conversación con el abuelo, o tal vez solo quería asegurarse de que estuviera bien.

Gira sobre el cómodo colchón, para quedar sobre mi pecho.

—¿Ya estás despierto? —inquiere, estirando su cuerpo, para luego, sujetarse de sus brazos, sosteniendo su peso con n ellos, solo la parte superior de su cuerpo y así, observarme—. ¿No te parece muy temprano?

—Lo es —respondo con una sonrisa—. No me has hablado de tu encuentro con el abuelo. ¿Qué tal fue?

Se desploma en la cama, voltea sobre ella, quedando boca arriba, con sus pechos desnudos mirando al techo. Mi masculinidad se tensa ante tan asombrosa belleza, lo que me hace tragar en seco.

—Raro. O sea, dijo que no debíamos preocuparnos por las pruebas. Que, en estos tiempos, las mentiras no duran lo suficiente, y los muertos, no se mantienen muertos.

—Quizás lo dijo por él. No olvides que
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