Los gemidos y suspiros se desvanecieron lentamente, dejando solo el sonido de sus respiraciones agitadas. Ernesto y Gabriela yacían entrelazados
Ernesto fue el primero en romper el silencio.
—Gabriela… — susurró, con los ojos perdidos en el techo—. No sé qué decir. Todo esto es tan… abrumador.
Ella se acurrucó en su pecho, buscando su mirada
—Lo sé, Ernesto. Pero necesitaba que sintieras, todo el amor que siento por ti, quería demostrarte que todavía existe una pequeña chispa entre nosotros. Y no es solo pasión, es algo más profundo.
Ernesto asintió lentamente, aunque su mente seguía sumida en un revoltijo de confusión y deseo.
—Gabriela, necesito entender. Necesito saber quiénes somos realmente tú y yo. ¿Desde cuándo nos conocemos? ¿Cómo hemos llegado aquí?
Ella cerró los ojos, dejando escapar un suspiro que cargaba el peso de los años. Sabía que la verdad podría quebrarlo todo, pero no había marcha atrás.
—Ernesto… —Su voz tembló, pero encontró la fuerza en el vacío de su pecho—. No