Miguel condujo hasta llegar a la casa de su mejor amigo. Era invadido por la felicidad, pero también era carcomido por los gritos de su conciencia. Apenas estacionó, salió del auto apresurado y golpeó la puerta con insistencia.
Fernando abrió con el ceño fruncido, pero su expresión cambió al ver a Miguel.
—¿Cuándo llegaste? —preguntó, sorprendido.
Miguel no pudo contenerse.
—¡Está embarazada! ¿¡Puedes creerlo!? ¡Seré padre! —exclamó con una mezcla de euforia y nerviosismo.
Fernando parpadeó, asimilando la noticia, y luego sonrió con ironía.
—Qué gusto verte, hermano. ¿Cómo estás? Yo estoy bien, ¿y tú? —respondió con sarcasmo.
Miguel resopló, impaciente.
—No estoy para tus bromas.
Fernando cruzó los brazos y apoyó un hombro contra el marco de la puerta.
—Vamos, no te he visto en… ¿Qué? ¿Tres o cuatro meses? Y ahora apareces así, soltando una bomba. No esperaba algo así de ti; supongo que la madre es Ori, ¿verdad?
—Sí, pero… —El brillo en los ojos de Miguel se apagó por un instante. Miró