CAPÍTULO 22
—¡Oye! —casi gritó el hombre en cuanto su llamada fue atendida—. Zulema dijo que estás aquí ya. ¿Por qué no me dijiste nada? Podía haber ido al aeropuerto por ti y llevarte a tu casa.

—Le prometí la vez pasada que, si alguna vez volvía a Monterrey, ella sería la primera persona a la que visitaría —explicó María—. Además, no te enojes, aún puedes venir a mi casa y devolverme al aeropuerto.

—¿Qué? ¿Por qué? ¿Sucedió algo? —preguntó Marcos, preocupado por las implicaciones de semejante declaración.

—Sí —aseveró la joven—. Pasa el clima. ¿Cómo demonios pueden vivir con este calor del demonio?

—Ah —exclamó Marcos, por mucho más aliviado, y casi divertido—, por eso te dije que rentaras un lugar con aire acondicionado.

—Nunca en mi vida había necesitado aire acondicionado —declaró María, en un tono de completa molestia.

—Pues qué bendecida que estabas —jugueteó el joven hombre—. Acá solo tenemos de dos climas: calorón y fríllazo.

—Odio ambos, así que me voy a mi casa —informó la joven, segura
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