Con aprensión, o tal vez horror, Angela vio a su madre bajar del taxi yal conductor entregarle su maleta. Después, la mujer se acercó a ellos con una mezcla de sorpresa y preocupación.
–Qué…sorpresa–dijo Angela.
Su madre esbozó una amplia sonrisa, demasiado amplia. Como si Dante no estuviera allí.
–Quería venir a Nueva York a probar algunos restaurantes. Dante sonrió.
–Claro que sí.¿Quétal el PerSe? Justo acabo de mencionárselo a
Angela.
–Nunca he estado, pero m egustaría probarlo.
Angela miró a Dante como si estuviera loco, pero él leguiñó un ojo.
–Es complicado conseguir una reserva, pero dejenmelo a mí.
«Cómo no», pensó Angela. Era una de las ventajas de tener una cuenta
De nueve cifras en el banco.
¿Dante y ella iban a llevar a su madre a cenar? De eso nada.
–Ya que va a quedarse con Angela, déjeme subirle la maleta. Aregañadientes, Angela le dio las llaves.
–Estaba pensando en ir a almorzar a Eataly… –dijo Camilla.
Angela hizo pasar a Camilla al taller y encendió l