28. Suite privada de un burdel.
—Potra, no te enojes. Solo digo que se supone que nadie sabía de eso. ¿Tú sabes quién fue la ladrona?
Annie entrecierra los ojos, recordando lo que sucedió aquel día en que tropezó contra la “pared de acero”, alias: Arón, en la clínica de fertilidad. Algo en su interior, dormido durante tanto tiempo, se sacudió al verlo.
Estaba tan absurdamente sexy, tan imponente en su masculinidad, que su fragancia le nubló los sentidos y la dejó flotando entre el deseo y la locura… ya sabe dónde terminó.
Luego de ese episodio bochornoso, en el que sus bragas terminaron empapadas y su cuerpo sudoroso, necesitó humedecer su rostro con agua fría para que la calentura bajara y recuperar un poco la razón para continuar con lo que iba a hacer.
Mientras se dirigía al laboratorio, en el camino se cruzó con la enfermera que llevaba las muestras de esperma de Arón.
Su alma se desprendió de su cuerpo, dejándolo en piloto automático mientras seguía el rastro de la enfermera y los frascos que contenían las sem