KATIA VEGA
—No pasa nada, mi amor —contesté ofreciéndole una sonrisa dulce—. Vamos a limpiar, ¿está bien?
—¡Sí, mami! —exclamó Emilia intentando alcanzar mi mano cuando de pronto mi suegro la tomó por el bracito y la hizo retroceder.
—¡¿A dónde crees que vas?! ¡Lo que hiciste estuvo mal!
—Perdón… —respondió Emilia con los ojos llenos de lágrimas.
—Iremos por algo para limpiar y aquí no pasó nada —agregué intentando alcanzar a la niña. La actitud de ese hombre me ponía los cabellos de punta.