MARCOS SAAVEDRA
Llegamos corriendo hasta orillas de la finca, todos los trabajadores veían como su hogar se convertía en cenizas. Las más cercanas a las llamas eran Rosa y la abuela, quien lloraba desconsolada.
Héctor corrió hacia ellas, angustiado principalmente por Rosa, a quien limpió el hollín de las mejillas. —¿Estás bien? —preguntó en un susurró y ella asintió, pero su semblante aún demostraba angustia.
—Katia y Lisa siguen adentro… —Rosa buscó mi mirada, suplicando en silencio que entrara, cuando volteó hacia Arturo su lástima cambió por reproche—. Fue Stella.
—Héctor, quédate aquí con los niños y el resto, apresura a los bomberos antes de que se pierda todo —dije entregándole a Samuel en sus brazos.
—¡No! ¡Papito! ¡No me dejes! ¡No! ¡Es muy peligroso! —exclamó mi pequeño aterrado en cuanto me acerqué a las llamas, estirando sus bracitos hacia mí para que regresara.
—Tengo que ir por mamá y por tus hermanitos… —contesté con media sonrisa y acaricié su mejilla—. Todo estará b