ROJO PROMESA. CAPÍTULO 22. Un infierno
Quizás lo único que podía interrumpir el silencio tormentoso que había en aquel jardín eran esos tacones inoportunos de una de las organizadoras que estaba buscando a Mauro como loca.
—¡Señor Keller! Ya es la hora de su discurso, los invitados se están impaci