Bastián
Esta era la segunda vez que Bastián se sentía genuinamente sorprendido. Al igual que con la doctora Vogt, no esperaba que la presencia de un paciente oncológico fuese tan poderosa. Aunque las marcas de la quimioterapia eran evidentes en su cuerpo—pómulos pronunciados, una delgadez extrema que parecía desafiar a la gravedad, y una piel casi traslúcida—, el aura de Isabela trascendía sus límites físicos. La manera en que hablaba, la firmeza en sus gestos y, sobre todo, esa sonrisa amplia que parecía desafiar al tiempo y al sufrimiento, le daban la imagen de alguien que se aferraba a la vida con fuerza implacable.
Bastián tardó un instante en reaccionar, pero finalmente levantó su mano en un saludo educado, intentando disimular su sorpresa inicial. Sin embargo, Isabela ignoró el gesto formal y, con una sonrisa desvergonzada, chocó sus palmas contra los brazos de Bastián. Su toque era ligero, casi débil, pero el impacto emocional fue suficiente para hacerlo tambalearse internament