Fabricio llegó a casa de Darío sobre las ocho de la noche, con una botella de vino en la mano. Saludó a Patricia y después a su anfitrión. Cuando pasó al comedor, no pudo evitar mirar hacia la cocina y recordar la historia que Darío había inventado sobre la pelirroja, de cómo la había visto, con el culito al aire, esculcando en su refrigerador. Imaginó la supuesta escena y sonrió.
Olía a comida de mar y, después de compartir un vaso de whisky, pasaron a la mesa, en donde estaba servida una cazuela de mariscos, arroz con coco y aguacates.
—Un menú caribeño —dijo Fabricio al tomar asiento—. Me encanta.
—Es la especialidad de Patricia —contestó Dar&