La vida de Natalia rápidamente tomó una nueva rutina: despertarse en las mañanas, alistar a sus hijos, verlos marchar con rumbo al colegio, esperar durante horas su regreso, ayudarlos en sus deberes escolares y luego dormir.
En ese itinerario el nombre de Fabián no tenía ningún protagonismo.
La realidad era que Natalia no lo veía casi.
Ambos esposos simplemente no coincidían en lugar ni tiempo.
Pero cuando Fabián estaba en casa y parecía tener algo de espacio libre en su apretada agenda, se concentraba en compartir con los niños únicamente.
Natalia se limitaba a verlos convivir desde una hendidura en la puerta. Nunca se involucraba, consciente de que no era bienvenida en aquellos momentos.
Ahora estaba un poco harta de todo eso, harta de que sus días fueran todos exactamente iguales.
¿Por qué de ser así, qué diferencia habría entre su vida pasada y esta?
¿Acaso no era lo mismo que hacía con Roberto?
¿Ver cómo la vida le pasaba por encima?
Pero no, ya no era la misma tonta capaz