CONNOR
—No sé tú, pero yo tengo un hambre de los mil demonios. Nada como un buen revolcón para abrir el apetito.
Hablé mientras nos vestíamos en el consultorio, y después de hacerlo, una expresión de conflicto cruzó el rostro de Megan mientras abrochaba su sostén por la espalda.
—Ahora no me digas que estás teniendo dudas —dije, poniéndome uno de mis caros mocasines italianos.
—No es eso —respondió—. Es… no sé. Necesito ducharme y cambiarme, estoy toda sudada.
No podía decidir si decía la verdad sobre cómo se sentía. De cualquier modo, presionarla no era una buena idea.
—¿Qué te parece esto? —le propuse—. Tomamos nuestros autos por separado. Yo paso a comprar comida y voy a tu casa, y comemos allá.
Asintió.
—Sí, suena bien.
—Hay un restaurante mexicano increíble cerca de tu zona. ¿Te suenan bien unos tacos?
Eso sacó una pequeña sonrisa.
—Los tacos siempre suenan bien.
—Entonces hecho.
Terminamos de vestirnos, y no pude evitar robarle un último beso antes de salir del consultorio.
—D