—¿Podemos hablar a solas, Lena? —Sin darme un segundo para responder, ella hizo un gesto para que la siguiera y se dirigió hacia un par de puertas francesas.
Con las emociones aún a flor de piel por lo que había sucedido minutos antes en el baño, ella era la última persona con la que quería hablar en ese momento. Sin embargo, como una cachorrita bien entrenada, la seguí. Cerró las puertas firmemente tras de nosotras.
—Siéntate. —Señaló un sofá de cuero marrón. A diferencia del resto de la casa, que era luminosa y aireada, esta habitación se sentía más oscura, más masculina. Estanterías empotradas enmarcaban las paredes, y a un lado, un enorme escritorio de cerezo se alzaba imponente. Genevieve se movió detrás del escritorio, abrió un gabinete y sacó un licorero de cristal ornamentado junto con dos vasos. Sirvió un líquido color ámbar en cada uno antes de ofrecerme uno.
—No, gracias.
—Tómalo. Puede que lo necesites. —Su sonrisa forzada tenía más veneno que dulzura.
¿Qué demonios? Ya no