Fabián metió la mano en el bolsillo, preparado para sacar algo de dinero y evitar problemas. Su expresión mostraba preocupación mientras murmuraba:
—No quiero que te molesten por mi culpa.
Pero Liliana, con una valentía sorprendente, detuvo el gesto de Fabián. Sus ojos brillaban con determinación mientras encaraba a los matones, su voz firme y llena de indignación:
—¡No tengo miedo! —exclamó, su pequeño cuerpo temblando de rabia contenida. Luego, dirigiéndose directamente a los abusones, continuó con palabras afiladas como cuchillos—. ¡No hay dinero y punto! ¡Nunca vi gente tan pobre pidiendo por ahí! ¿No pueden pedirle a sus papás? ¿Acaso somos sus padres?
El líder de los matones, visiblemente ofendido por la audacia de Liliana, escupió una maldición. Su rostro se contorsionó de ira mientras respondía:
—Maldita mocosa insolente. ¿Te atreves a mencionar a mis padres? —gruñó, acercándose amenazadoramente—. ¿Quieres que no te deje salir de la escuela hoy?
Lejos de intimidarse, Liliana ap