El rostro de Diana se ensombreció, mientras entrelazaba sus dedos nerviosamente.
Juan parecía abstraído. Antes, cada vez que se emborrachaba, Estrella, apenas se enteraba, venía a prepararle caldo para la resaca. Su médico había dicho que sus problemas estomacales serían difíciles de tratar, pero gracias a la persistencia de Estrella durante estos años, realmente había mejorado mucho. Hacía mucho tiempo que no sufría de dolores de estómago.
Si Estrella lo amaba tanto, ¿cómo podría haberse enamorado de otro hombre?
Recordando lo que había visto la noche anterior, Juan tomó su teléfono y vio que Estrella no había respondido a ninguna de sus llamadas, lo que avivó nuevamente su ira.
Diana, a su lado, con un destello en sus ojos, dijo:
—Señor Quiroz, acabo de ver que Estrella ha venido a trabajar. ¿Y si le devuelvo su puesto?
—Solo si se disculpa contigo —respondió Juan fríamente—. Ve a buscarla.
Diana esbozó una ligera sonrisa, asintió y salió de la oficina.
—Estrella, ¿te estás adaptando