—Eso era antes. Ahora soy la esposa de Cristóba, y el hombre que amo es mi marido. ¡Mide tus palabras!
Pero Vicente, como un loco, me abrazó con fuerza:
—¡Cristóba es un estéril impotente! ¡Jamás serás feliz con él! Lisa, te amo. ¡Huyamos ahora!
Al oírlo insultar a Cristóba, la ira me embargó. Me liberé de su abrazo y le abofeteé con fuerza:
—¡No permitiré que difames a mi esposo!
—¡Son hechos conocidos! ¡Todo el mundo sabe que Cristóba es estéril y que mató a tres esposas!
Le di otra bofetada:
—¡Si vuelves a insultarlo, no seré amable!
Vicente intentó hablar, pero Cristóba llegó con su séquito:
—Esposa, te he esperado.
Aliviada, corrí hacia él y tomé su mano:
—El señor Vicente está borracho y añora a mi hermana. Hablamos un poco y por eso me demoré.
Cristóba alisó mi cabello despeinado:
—No importa.
Volteó hacia Vicente y ordenó a los guardias:
—Ya que el señor Vicente está ebrio, llévenlo a casa. Con cuidado.
Los guardias lo arrastraron, pero no en dirección a la casa de Roj