CAPITULO 27
SIENNA.
—¿Así que no sabes nada de él? —dejo de remover la carne en la olla y miro a mi madre por encima del hombro.
—No. No sé nada de él y te agradecería, mamá, que bajarás la voz —señalo con la cuchara en dirección a la sala de estar donde estaba Eric.
—Lo siento. Pero llevo días queriendo hablar contigo de lo sucedido en el hospital.
—No hay nada de qué hablar mamá.
—Ah, ¿no? —cruza sus brazos sobre su pecho y me levanta una ceja escéptica. Ruedo los ojos ante su insistencia, si no fuera mi madre ya la estaría mandando derechito al país más lejos posible—. Te recuerdo, jovencita, por si lo has olvidado, que fui yo quien te ayudó durante toda esta odisea; persiguiendo a un hombre que obviamente te demostró su amor de una extraña manera —estocada para mi corazón, me contraigo por dentro ante sus duras palabras—: fui yo, la que tuvo que cubrir cada mudanza cuando decidías seguir su miserable trasero, a todos esos lugares al que él se mudaba. Así que no, no pretendas que