Después de que la azafata entró, dejó la comida y se fue rápido.
Mientras comíamos y hablábamos de los temas de la fábrica de chips inteligentes, de la nada, Benoît se puso rojo, la cara se le tensó y no pudo decir ni una palabra.
En cuanto lo vi así, supe de inmediato qué pasaba y me acerqué tan rápido como pude.
Lo abracé por atrás, cerré los puños contra su abdomen con las palmas hacia arriba, y apreté fuerte, metiendo el pulgar de la izquierda hacia adentro. Repetí el movimiento varias veces hasta que Benoît escupió una fruta morada y arrugada.
Estaba comiéndose una uva y se le fue por donde no debía. Se le quedó atorada en la garganta.
Benoît miró esa fruta que había salido disparada, sin saber ni qué cara poner.
Un hombre tan alto.
Tan fuerte.
¡Y se atraganta comiendo!
¡Se atraganta con esa bobada!
No lo podía creer… y menos frente a mí.
La cara de Benoît, que siempre era tan seria, se puso muy pálida.
Nunca en su vida se había sentido tan ridículo.
—Señor López, ¿está bien, le p