Madson Reese bajó las escaleras y se sentó a una mesa perfectamente decorada para una cena. En pleno siglo XX, todo era aún más sofisticado, y así debía ser, al fin y al cabo, recibían a la familia de su marido. Madson sabía que siempre la habían adorado antes de la boda, pero todo estaba siendo tan difícil que era imposible predecir si fingían como Cesare o si también habían sido engañados por él.
Pero la madre de Cesare la tocó entre los dedos cuando terminaba de poner las manos sobre la mesa. – Oh, querida. Siento presentarme aquí una semana después de tu boda, pero estábamos de paso...
Intentó sonreír todo lo que pudo. – Todo va bien. No te preocupes.
La mujer miró las facciones delicadas como las de un ángel y sonrió. – ¿Estás segura? Pareces muy triste.
– Deja de quejarte, mamá. ¡Ella está bien!
Su madre enarcó una ceja. – Eso espero, Cesare Santorini. Es una joya rara. Cuídala bien.
Sara sonrió con amargura. Y luego soltó un moco. Por supuesto que intentaría robar el prota