—Buenos días. No te sentí llegar, ¿quieres desayunar? —preguntó mientras me enseñaba lo que había preparado. Había tocino, huevos revueltos con tostadas, café y jugo natural, tal y como me gustaba.
—Por supuesto, muero de hambre —respondí, mientras ella servía el desayuno, y yo llenaba nuestras tazas con el humeante café.
—Espero lo disfrutes —dijo mientras dejaba el plato para mí y ocupaba otro lugar en el desayunador.
Cuando terminamos el desayuno, se lo agradecí mientras retiraba los platos y bebía algo de café.
—¿Puedes llevarme al hotel? Necesito ver a mi hijo —dijo de manera suave y una intensa ansiedad se instaló en mis adentros.
—Claro. De seguro ya trajeron la todoterreno —respondí, mientras me limpiaba la boca y me ponía de pie—. Creo que debe