¿Cuántas veces ha intentado alejarse este día y no la he dejado?
¿Por qué si me dolía tanto no la dejaba marcharse?
Ni yo mismo me entendía.
—Ana, por favor —miré el sillón y a duras penas, volvió a sentarse—. Necesito saber algo que decía esa maldita carta —frunció sus ojos—. ¿Es verdad que todo este tiempo nunca me olvidaste?
—Si digo la verdad, no me creerás. Y si miento, te enfadarás. ¿Cuál de las dos respuestas quieres oír? —preguntó sobrepasada, con el cuerpo temblando, con la mirada dolida y angustiada.
—La verdad, por supuesto —dije seguro.
—Es verdad, Diego. Nunca te olvidé, y para mi propio pesar, nunca lo haré. Sea cual sea la situación y los sentimientos, es imposible que lo haga.
—No puedo creerlo…