CAPITULO 159

Unas pequeñas lágrimas salieron de sus ojos y rio. Eros, entusiasmado, se acercó hasta su madre y le tendió el anillo que debía colocar en mi dedo. Al terminar de hacerlo con sus manos temblorosas, la tomé con firmeza de la cintura y la acerqué con prisa a mi cuerpo. Antes de que el juez nos diera permiso de sellar aquella ceremonia, mi boca se abalanzó sobre la suya. Oí los vítores y aplausos eufóricos de los presentes.

Posé mi frente sobre la suya. Reíamos por las palabras que escuchábamos de fondo.

—Al fin eres mía de nuevo. Te aseguro que esta vez será para siempre —emití con felicidad.

—Siempre he sido tuya, Diego. Aunque no estuviera contigo, siempre sería tuya.

—Siempre, cariño. Lo sé. —Solo yo comprendí mis palabras.

Los niños se agolparon sobre nosotros, felices, al igual que los demás. Sobre todo Marcel, quien adoraba a Ana. Entendía a la perfección todo lo que ocurría. Eros, sin embargo, aún no intuía con exactitud la dimensión de las cosas, pero era feliz, así como nosot
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