Después de darle vueltas y vueltas a la corazonada que tenía sobre aquel viaje, decidí llamar a Liam para que almorzáramos juntos y no estar torturándome y autocompadeciéndome por ser un completo idiota.
—¿Cómo te fue anoche? —preguntó, mientras leía una revista y ordenábamos la comida.
—No sabría definirlo —dije y me miró confundido—. Ana me entregó los papeles del divorcio.
—Vaya... creo que estás perdiendo tu encanto —se burló y sonreí triste—. Entonces es definitiva la ruptura... —asumió y negué con seguridad.
—Al menos para mí, no. Y estoy seguro de que ella tampoco quiere hacerlo. Además, al final de la noche, ella y yo terminamos en la cama y eso solo quiere decir que aun quiere estar conmigo, que me extraña y necesita igual que yo.
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