Los rayos luminosos del sol se filtran por la delgada tela blanca impactando en sus rostros.
Poco a poco sus ojos se abren, se da cuenta de dónde está y con quién.
Mira hacia abajo y ve una frondosa y oscura cabellera negra. Sonríe extasiado, cual muchachito en pleno enamoramiento.
La observa dormir tan plácidamente que se queda quieto en su sitio, pues teme que de moverse un centímetro, su dulce princesa despierte.
El tiempo pasa, y su brazo ya se ha adormecido, siente un intenso hormigueo, sin embargo se niega a moverse.
Segundos más tarde, ella se remueve, abre sus ojos y le regala la sonrisa más hermosa.
—¿Despertaste? —preguntó él, fingiendo que no la ha visto.
—Si.
—Buenos días, ¿Cómo dormiste?
—Muy bien y cómoda —respondió, se incorporó y John se quejó de inmediato.
—!Oh!, ¿Cuánto rato llevas abrazándome?
—No lo suficiente —movió su brazo de arriba abajo a medida que el hormigueo desaparecía.
—Te ayudaré —tomó su brazo y lo masajeó con delicadeza —. Debiste haberlo qui