Mundo ficciónIniciar sesiónLa puerta de la oficina de Noah Ha se cerró con un portazo que hizo temblar las paredes de cristal. El eco retumbó como un trueno contenido. Noah avanzó hasta su escritorio, apretando los puños, respirando como si acabara de correr una maratón. No estaba acostumbrado a perder el control, y menos por algo tan absurdo como un matrimonio obligado.
La presidenta Eun-Ji Ha, su abuela, aún viva y más lúcida que cualquiera, lo había arrinconado con su testamento en vida. Una jugada maestra… y una humillación.
—Trae los documentos —ordenó con voz baja, tensa.
Jason Carter, abogado, mejor amigo y eterno provocador, entró con su andar relajado. Rubio, ojos azules, sonrisa tranquila: el contraste perfecto con Noah y su rigidez calculada.
—Te veo… explosivo —comentó, acomodándose frente a él.
—Explosivo no cubre ni el diez por ciento —gruñó Noah—. Mi abuela quiere casarme. Casarme, Jason. ¿Sabes lo que significa eso?
Jason abrió su maletín sin apuro, como si le hablara a un paciente difícil.
—Que por primera vez alguien te dijo “no”.
Noah le lanzó una mirada asesina.
—Saca los documentos.
Jason extendió sobre el escritorio una carpeta gruesa, llena de marcadores de colores y notas adhesivas que parecían gritar “catástrofe jurídica”.
—Vamos a repasar todo —dijo, pasando la primera hoja—. Las cláusulas están muy claras. Tu abuela no dejó cabos sueltos. Prepárate.
Noah se cruzó de brazos, rígido.
Jason comenzó:
—Cláusula 1: La presidenta Eun-Ji Ha entrega, en vida, la división tentativa del conglomerado Ha entre dos herederos: tú y Luna Morales.
—Ridículo —murmuró Noah—. Ella ni siquiera pertenece a nuestra familia.
—Tu abuela la considera “un balance necesario”, así lo redactó —respondió Jason, conteniendo la risa.
Pasó a la siguiente.
—Cláusula 2: La división solo se hace efectiva mediante matrimonio legal y registrado entre ambas partes.
—¿Para qué demonios quiere eso? —rechistó Noah.
—Dice que así se garantiza “unidad duradera”. Su estilo dramático habitual —comentó Jason.
—Dramático y manipulador.
Jason siguió:
—Cláusula 3: El matrimonio debe mantenerse por un mínimo de un año. Ni un día menos.
Noah respiró por la nariz, lento, como un toro antes de embestir.
—Cláusula 4: Ninguno de los dos puede solicitar el divorcio antes del año. Si alguno lo hace…
Se detuvo para mirarlo.
Noah endureció la mandíbula.
—Sigue —escupió.
—Cláusula 5: Si una de las partes rompe el matrimonio antes del año, pierde absolutamente todo. Y la otra parte recibe el 100% del conglomerado.
Noah dejó de respirar. Literalmente dejó de hacerlo por un segundo entero.
—¿Qué? —susurró, pálido.
Jason asintió con gravedad teatral.
—Todo, amigo. Las acciones, las propiedades, la herencia futura, la sucesión. Todo se mueve en bloque al cónyuge que se mantuvo firme. Tu abuela no dejó agujeros legales. Es una trampa perfecta.
Noah se llevó una mano al rostro. Un año casado… con esa mujer. Con esa insolente de mirada desafiante que siempre caminaba como si estuviera lista para discutir con el mundo.
—Dime que hay una salida —pidió Noah, la voz baja pero afilada.
Jason sonrió con ligera malicia.
—Solo una. Y está en la Cláusula 11.
Noah lo miró como si fuera la primera chispa de esperanza en un incendio.
—Habla.
Jason tomó aire.
—La cláusula dice que si el matrimonio se rompe antes del año, quien haya solicitado el divorcio es el único que pierde. Es decir… si logras que sea ella quien pida el divorcio… tú te quedas con el 100%.
Noah enderezó la espalda, la tensión transformándose en estrategia.
—Eso significa…
—Que no necesitas enamorarte. Ni complacerla. Ni adaptarte. Solo sobrevivir al año y asegurarte de que sea ella quien se desespere primero.
Jason lo miró con intención.
—Y siendo honestos… —agregó— ella tiene pinta de chica difícil. Combativa. Testaruda. Es perfecto para ti: mientras menos atractiva te resulte, menos riesgo de que te ablande.
Noah frunció el ceño.
—No es gracioso.
—Es práctico —respondió Jason—. Esto no es un matrimonio. Es una guerra por el poder. Y tu abuela lo sabe.
El silencio se instaló entre ellos. Noah caminó hacia los ventanales, observando Manhattan desde lo alto, la ciudad palpitando como un tablero de ajedrez donde él siempre había sido el rey. Hasta hoy.
—Un año… —murmuró—. Solo necesito un año. Y hacer que ella se rinda primero.
—Exacto —dijo Jason—. Y para eso, tendrás que conocerla. Entender cómo piensa. Descubrir qué la hace enojar, qué la presiona, qué la desespera. Tus habilidades favoritas.
Noah respiró hondo, la determinación cerrándose como un candado.
Se dio vuelta.
—Perfecto —dijo, tomando su abrigo—. Dame la dirección.
Jason lo observó, alzando las cejas.
—¿La dirección de Luna?
Noah asintió sin dudar, los ojos encendidos de una furia fría.
—Voy a ir de una vez a hablarle… a la ladrona.
Cogió las llaves de su coche y salió de la oficina sin mirar atrás, dejando a Jason con una mezcla de diversión y preocupación en la cara.
---
POV Luna
El sol me tibió las manos mientras presionaba la tierra en las macetas. Ese olor a humedad, a hojas vivas, siempre había sido mi refugio. Un pequeño mundo donde nada se movía fuera de lugar… al menos hasta esa mañana, cuando ni siquiera la tierra conseguía silenciar el nombre que me rondaba como un zumbido insistente.
Noah Ha.
Arrogante, impecable, desesperante.Lo había visto horas antes, tan erguido y seguro como siempre, tan dispuesto a despedirme que casi parecía que disfrutaba la anticipación. Y yo, impulsada por un orgullo que me quemaba más que el sol, le había renunciado en la cara. Frente a todos. Frente a él.
¿Un acto de dignidad? ¿O de locura? Ni yo estaba segura.Me aferré a una planta, como si al enderezarla pudiera enderezar también mis pensamientos.
—¡Señor Ha! Bienvenido —la voz de papá me atravesó, rompiendo mi burbuja de tierra y silencio.
Giré, preparada para cualquier cosa… menos para verlo allí, en la entrada de mi casa.
La maceta se me resbaló de las manos. Cayó, se deshizo en un golpe seco, y la tierra se esparció como si quisiera imitar mi sobresalto.
¿Qué hace él aquí?
Él nunca venía a estos lugares. Ni siquiera al barrio. Era la primera vez que Noah Ha pisaba mi mundo. Mi terreno. Mi hogar.Y eso… eso me descolocó más que su presencia en sí.
Sacudí mis manos, como si pudiera quitarme la sorpresa incrustada bajo las uñas.
Papá, orgulloso como siempre, se adelantó con la facilidad de quien no percibe el peligro emocional en el aire.
—Va a tomar un café, señor Ha, ¿verdad?
Noah lo miró con una frialdad tan pulida que casi me ofendió a mí también.
—No bebo café en cualquier lugar.
Solté una risa corta, incrédula.
Él, en mi casa, pronunciando esas estupideces de élite como si no fuera completamente absurdo.—Claro… su majestad —susurré por lo bajo—. Idiota.
Papá, ajeno a todo, insistió:
—Este no es cualquier lugar. Es la casa de los Morales. Siéntese.
Y se marchó emocionado, convencido de que traía el mejor café del mundo.
Mientras lo veía irse, sentí cómo la tensión subía por mi pecho. Noah aquí, en mi casa…
Algo no encajaba. Nada encajaba.—Que lo traiga por aquí —ordené, necesitaba recuperar algún tipo de control.
Noah dirigió su mirada hacia mí, y su seriedad cortó el aire entre nosotros.
—Vine a hablar con usted.
Mi corazón dio un pequeño salto, uno que no me gustó nada.
—No hay nada que hablar. Nuestra relación laboral terminó —respondí, obligando a mi voz a sonar firme mientras recogía una hoja caída.
—Para nuestra desgracia, queda un asunto pendiente —dijo sin parpadear—. ¿Sería tan amable de subir a mi auto? Me están picando los mosquitos.
Me hervía la sangre. Ese hombre podía convertir incluso una simple frase en una declaración de superioridad.
—Si quiere hablar, será aquí —sentencié—. Lo escucho.
Papá regresó, radiante, con la taza humeante la dejó y luego volvió adentro para darnos espacio. Noah ni la miró. El desprecio fue tan evidente que casi pude sentirlo caer sobre nosotros como una sombra fría.
Algo dentro de mí se encendió. Una mezcla entre orgullo y defensa. La necesidad de poner un límite.
—¿Por qué me mira así? —preguntó él, señalando la taza—. Le dije que no quería café.
—No se preocupe. Yo lo arreglo.
Tomé la taza y vertí el café sobre la grama, con un movimiento lento, deliberado. Una declaración.
Una forma de recordarle que ese era mi territorio, no el suyo.Noah se quedó inmóvil, sorprendido. Y por un segundo —uno diminuto, pero real— vi una grieta en su perfección.
—Listo. Café cualquiera… a la m****a. Ahora, fuera de mi propiedad.
Me crucé de brazos, sintiendo el calor en mis mejillas, no de vergüenza… de determinación.
—Todavía no hemos hablado —masculló, más tenso, más humano.
—Y yo no quiero hablar con usted de absolutamente nada. Ni hoy, ni nunca.







