Capítulo XLII. Las cosas pueden cambiar, señor Lewis.

Martin.

Nada más llegar al hotel, una sensación de que algo no estaba bien me invadió, llámenlo sexto sentido, pero sentí como el vello de mi piel se erizaba, y decidí hacerle caso.

Algo me decía que, de alguna manera, el cobarde actuaría esta noche. Esa sensación fue la misma que esa vez, en esa noche, cuando estaba dentro del coche boca abajo mientras veía a mis padres heridos desangrase.

En mi memoria, el olor a sangre se mezclaba con el de la gasolina derramada, y aun pese a esa edad, y después de años de terapia, tras miles de técnicas terapéuticas para tratar de superar la muerte de mis padres, recordé como oí que alguien se acercaba. Mis padres estaban inconscientes, quise llamarlo, pero esa sensación me invadió, la de un terror que no había conocido, que me obligo a silenciarme, optando por cerrar los ojos como veía que estaban mis padres. Creo que eso me salvó la vida, porque oí la voz de un hombre decir.

- “Hecho, señor Lewis.”- Me costó años de entender que había sucedido,
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